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Toribio del Campillo y Casamor

De Wikipedia, la enciclopedia libre

Toribio del Campillo y Casamor
Información personal
Nacimiento 1824 Ver y modificar los datos en Wikidata
Daroca (España) Ver y modificar los datos en Wikidata
Fallecimiento 8 de febrero de 1900 Ver y modificar los datos en Wikidata
Madrid (España) Ver y modificar los datos en Wikidata
Nacionalidad Española
Educación
Educado en
Alumno de Pedro Felipe Monlau Ver y modificar los datos en Wikidata
Información profesional
Ocupación Escritor, bibliógrafo, historiador, archivero y bibliotecario Ver y modificar los datos en Wikidata
Cargos ocupados Catedrático de universidad Ver y modificar los datos en Wikidata
Seudónimo Agustín Casamor Ver y modificar los datos en Wikidata
Miembro de Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos Ver y modificar los datos en Wikidata

Toribio del Campillo y Casamor (Daroca, 1824-Madrid, 8 de febrero de 1900) fue un archivero, historiador y escritor español, también conocido por su pseudónimo Agustín Casamor.[1]

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  • 24-04-2015. La enseñanza formal de la Bibliografía

Transcription

En las dos bibliotecas, Vetus y Nova, tiene nuestra España la gloria de poseer una de las bibliografías generales más extensas, pues breves y de escasa importancia fueron los ensayos anteriores al colosal trabajo del ilustre bibliógrafo sevillano, Nicolás Antonio. ¡Titánica fue la labor de dar a conocer en un solo libro cuanto en España se había escrito, sobre cualquier materia y en cualquiera forma, desde la era de César Augusto hasta finales del siglo XVI! Las noticias recogidas en aquellos volúmenes son, y serán por mucho tiempo, el monumento más grandioso levantado a la gloria de las ciencias y de las letras españolas. Los bibliógrafos nacionales (con raras excepciones) han sido fieles a la importantísima misión que la ciencia por ellos practicada debe cumplir, y algunos pueden presentarse como dechados, si no de todas, sí de la mayor parte de las virtudes que estos deben cultivar. Durante muchísimos años, incluso en la época actual, la tendencia habitual que se llama "Bibliografía tradicional" es la que ha presidido el trabajo bibliográfico entre nosotros. La "Bibliografía tradicional" tiene presente la definición de Malclès, que citaba antes, sobre la lista de libros hecha con algún fin determinado y con una metodología determinada. Esa ha sido la tendencia y sigue siendo la tendencia habitual en la bibliografía española. La Bibliografía, entendida como actividad, surgió hace varios siglos, cuando los sacerdotes-escribas se dieron cuenta de la necesidad de conservar y organizar los documentos que iban generando, para después poder volver a utilizarlos. La Bibliografía, en ese contexto, fue aprendida individualmente, casi siempre por imitación, de forma un tanto heurística, o, en el mejor de los casos, por intermediación y guía de alguien más. Pero como actividad científica se empezó a estudiar en los colegios y en las universidades desde sus inicios, aunque no siempre con denominación propia o con independencia curricular, sino más bien ligada a otras disciplinas, como la Medicina y el Derecho, o la Historia y la Literatura. Como disciplina académica, la Bibliografía se remonta, a los planes de estudio vigentes en la Universidad Alcalaína, de modo que, hacia 1821, cuando se trasladan los estudios de Alcalá a Madrid, ya figura, junto con otras disciplinas, como la Numismática, la Paleografía o la Cronología. Y figura con la denominación de Bibliografía. Mientras tanto, en el colindante país del norte, tras la confiscación de copiosas bibliotecas de eclesiásticos, aristócratas y enemigos de la Revolución en el exilio, el Estado francés tuvo que hacer frente a una desmesurada cantidad de libros que pasaron, en poco tiempo, a engrosar los bienes patrimoniales de la administración pública. En ese contexto, no sólo se publicaron algunas de las primeras reglas de catalogación, a las que siguieron varios manuales sobre cómo organizar y administrar bibliotecas, sino que, también, se crearon organismos estatales para la impartición de los primeros cursos formales para paleógrafos, bibliotecarios y archiveros. La teoría de la Bibliografía en España ha tenido poca importancia, porque se han realizado numerosísimos repertorios, pero, en cambio, muy pocos estudios teóricos sobre la materia. Yo me remontaría a mediados del siglo XIX, a la Escuela Superior de Diplomática, donde había una asignatura dedicada a la Bibliografía, como el primer germen de los estudios sobre esta materia. La Escuela de Diplomática, inspirada en los dechados luso y galo, y surgida por las consecuencias de las desamortizaciones liberales, especialmente la instruida por Juan Álvarez y Mendizábal en los años 30, fue fundada por Real Decreto el 7 de octubre de 1856, a la que se le confirió el carácter de Superior un año después. Según se publicó en su Reglamento, de 1865, tenía por objeto "dar la instrucción adecuada a los jóvenes que se destinan para oficiales y empleados en los archivos, bibliotecas y museos del Reino". Por esta razón, el 17 de julio de 1858, se creó también el Cuerpo de Archiveros-Bibliotecarios, al que después se agregó la sección de Anticuarios, como se llamó en un primer momento a los Arqueólogos. Este hito, de la Escuela Superior de Diplomática, por la importancia y la trascendencia que tendrá en la formación de los bibliotecarios que se van a ocupar, por primera vez, del tratamiento, de la recuperación de los fondos históricos, del patrimonio documental de nuestro país. En sus aulas, primero bajo la genérica denominación de "Clasificación y arreglo de archivos y bibliotecas", la Bibliografía fue cobrando entidad e identidad propias hasta encabezar por sí misma el título de la asignatura. Llegó a sumar 64 lecciones en el programa de D. Cayetano Rosell y López, catedrático de la materia desde 1866, que se publicó íntegramente una década después, cuando ya era director de la Escuela y dejaba la asignatura definitivamente para asumir, con diligencia, las riendas de la Biblioteca Nacional. La Escuela Superior de Diplomática y, posteriormente, los Concursos de la Biblioteca Nacional, hicieron florecer, no sólo las bibliografías prácticas, los repertorios bibliográficos, sino que iniciaron la metodología de la Bibliografía, a través de los prólogos y de las introducciones que los bibliógrafos incluían en sus obras, donde explicaban la metodología seguida. Desde entonces, la Bibliografía, tanto la elaboración de repertorios como la historia del libro, se fue potenciando, y con la clausura de la Escuela Superior de Diplomática, en 1900, esos estudios pasaron a la Universidad Complutense, a la Facultad de Filosofía y Letras. Tras casi 50 años de funcionamiento, la Escuela fue suprimida en el ocaso del siglo XIX y sus enseñanzas integradas en la Facultad de Filosofía y Letras de la entonces Universidad Central, en cuya biblioteca ya se desarrollaban las clases. En 1900, los estudios bibliográficos, que se habían dividido en dos asignaturas: "Bibliología" e "Historia literaria", quedaron integrados nuevamente en una sola, dentro de la sección de Letras que, junto a la Filosofía y la Historia, constituían los tres pilares de la Facultad matritense. Tras la muerte de D. Toribio del Campillo y Casamor, sucesor de Rosell en la desaparecida Escuela de Diplomática, el entonces profesor de "Historia literaria", D. Cayo Ortega Mayor, asumió la cátedra de Bibliología en la Universidad Central. La ocupó, prácticamente, hasta su muerte, en 1923, momento en que pasó a manos de un joven y brillante profesor de literatura, proveniente de la Universidad de Oviedo: D. Pedro Sainz Rodríguez. El 14 de abril de 1931 se proclamó la II República, durante la cual, la Universidad española, alcanzó uno de sus momentos más gloriosos, la llamada Edad de Plata. Por desafección con el gobierno de la República, trece años después de haber tomado posesión de la cátedra, Sainz Rodríguez fue cesado en octubre de 1936, tras confirmarse su participación en la sublevación militar. "¡En el día de hoy, primero de abril de 1939, la guerra ha terminado!" En enero de 1938, Sainz Rodríguez formó parte del primer gobierno franquista como ministro de Educación Nacional, cargo que ocupó durante 14 meses, hasta pocos días después de finalizada la contienda. Tras su cese fulminante, Sainz Rodríguez se reincorporó a la cátedra de Bibliología en la primavera de 1939. Sin embargo, sus anhelos por la restauración de la Monarquía le fueron alejando rápidamente del Régimen, y en 1942, cuando a punto estuvo de ser confinado a Fuerteventura por conspiración, se exilió definitivamente a Portugal, en apoyo a D. Juan de Borbón, donde permaneció hasta los años 60, forjando una íntima amistad con el que llegaría a ser Conde de Barcelona, amistad que conservó hasta el momento de su muerte, en el invierno de 1986. Destacaría un segundo momento, que es el del afianzamiento de esta enseñanza y esta cátedra, ya en la Universidad Central, superada la interesante etapa, pero, también, complicada de D. Pedro Sainz Rodríguez, a partir del momento en que D. José Simón Díaz se hace cargo de esa enseñanza en el año 1956, que es cuando se recuperan, y ya vinculadas a la especialidad de Filología, concretamente Filología Románica primero, después Filología Hispánica. Una cátedra que, por diferentes avatares, no podrá convocarse hasta el año 1970, cuando la obtiene, brillantemente, D. José Simón, y que permitirá que se afiancen estas enseñanzas en los planes de estudio de la Facultad de Filología de la Universidad Complutense. D. José Simón Díaz es y ha sido un ejemplo, porque cuando una persona tiene muy claros sus objetivos como él, de potenciar la Bibliografía, ha creado multitud de instituciones, potenció el Departamento de Bibliografía de la Universidad Complutense, creó innumerables proyectos, tanto el de la Tipobibliografía como otros. La figura y la persona de D. José Simón Díaz ha sido clave en la historia de la Bibliografía española, en la historia reciente, de la segunda mitad del siglo XX, fundamentalmente, por dos aspectos que deberíamos destacar. Por un lado, la magnitud de su labor investigadora. En el año 1972, me parece, cuando Simón Díaz publica su obra "La Bibliografía: conceptos y aplicaciones", que puede considerarse el primer texto teórico sobre la materia. Por otro lado, yo destacaría, la labor fundamental y generosa de docencia, de enseñanza directa, de creación de una escuela, si queremos informal, pero de una escuela de investigadores. Eso, desde luego, es el gran valor. No sólo ya su obra, que son 500 publicaciones, sino también el ejemplo que ha dado su maestría. Yo he tenido como profesor a Simón Díaz, y él me ha transmitido esa idea de la Bibliografía tradicional. D. José fue mi maestro en la Facultad de Filosofía y Letras, yo cursé con él la asignatura de Bibliografía, en tercero, e incluso, mi tesina, trabajo fin de carrera, fue un repertorio bibliográfico. Cuando yo pasé a la Facultad de Ciencias de la Información para ocuparme interinamente de la asignatura de Documentación, él no solamente apoyó todas estas iniciativas, digamos, de carácter doctrinal o institucional, sino que, además, me apoyó personalmente en la preparación que yo debería tener para obtener la cátedra. Yo me siento, modestamente, ser una especie de rama del árbol que D. José ha representado, personalmente y, sobre todo, también, para la universidad española. La labor de D. José fue otorgar de categoría científica y académica a esta especialidad, y tener la paciencia de formar a personas que pudieran continuar su labor dedicándose a ello. "Los trabajos de Bibliografía española, y, concretamente, de Bibliografía literaria, son lentos y dificultosos. No tienen más remedio que realizarse en las bibliotecas. Y en las bibliotecas el bibliógrafo es, lo sabemos perfectamente, el más molesto y el más antipático de todos los usuarios. Es decir, ese señor que pretende ver más libros que nadie y, encima, pretende averiguar cosas no gratas: si hay algún rincón con libros antiguos que están todavía sin catalogar, en fin, cosas similares". Como se sabe, cuando se jubiló prematuramente D. José Simón Díaz, porque le tocó aquella norma de la jubilación obligatoria a los 65 años, se convocó públicamente su cátedra y yo tuve el honor de estar en el tribunal que juzgó al Dr. Moll, que venía precedido de un gran prestigio. Sus orígenes eran el estudio de la música, no podemos olvidar, quiero que quede constancia, de que era un excelente musicólogo. Trabajó con Higinio Anglés, especialista en la trascripción de la música mozárabe y de la música española del Siglo de Oro. Luego pasó al análisis de la Bibliografía. Jaime Moll es una figura, también, muy importante, transcendental, en la Bibliografía española y, en particular, en el estudio, desde la perspectiva, desde la orientación material y textual de los libros impresos. Y en 1979, deslumbró a la comunidad científica española en los temas bibliográficos, con la publicación de un artículo, "Problemas bibliográficos del libro español del Siglo de Oro", que supuso, claramente, un antes y un después en los análisis de los impresos antiguos. Él hizo un resumen, un compendio, una adaptación, de la Bibliografía material al caso español, y a partir de ahí se abrieron las puertas a la Bibliografía en España. Jaime Moll ha sido el maestro de tantos, de los que han tenido la suerte de haberlo tenido en clase, o como yo que, únicamente han sido conversaciones, o, sobre todo, esa conversación eterna que se hace con los libros y con sus investigaciones. A partir de la publicación de este artículo, el "Libro antiguo" se ha visto de otra manera. Se acabó la idea de edición única, se acabó la idea del ejemplar único; todos han sido conscientes, todos los investigadores, de la necesidad de un análisis mucho más riguroso, mucho más serio, y eso se lo debemos a Jaime Moll. Jaime Moll fue un gran maestro, tanto de los estudios bibliográficos, que era su propio dominio, como de los estudios literarios, por las consecuencias que tuvo su enseñanza. "El éxito de una obra se puede medir por el número de reediciones. No es lo mismo, por otra parte, la reedición usando el privilegio que amparó la primera edición, que las reediciones en otros reinos, en los que no está la obra privilegiada. Estas reediciones nos dan, más bien, noticia de la expectativa de éxito que espera el editor. Expectativa lograda, generalmente." Sus aportaciones en ese sentido fueron tan importantes que, sin duda, marca con un hito decisivo, la historia de la Bibliografía española. Se pueden decir tres o cuatro cosas de esa historia: antes y después de Gallardo; antes y después de Menéndez Pelayo; antes y después de Rodríguez Moñino; y antes y después de Jaime Moll. Con el nacimiento, en los años 90, de las escuelas y, posteriores, facultades de Biblioteconomía y Documentación, se fueron incorporando también estudios de Bibliografía, normalmente, asociados a las Fuentes de información. Es curioso decir que, los fundadores de la Documentación, Otlet y La Fontaine, eran bibliógrafos. Lo que ellos pretendían era crear un gran repertorio bibliográfico universal donde se pudieran encontrar las referencias de todo tipo de documentos, de todas las materias, y en todos los soportes. Puedo decir que la Bibliografía está muy vinculada a la Documentación desde el principio, incluso, que es la base del desarrollo de la Documentación, al menos, tal y como lo vemos aquí, en el continente europeo. Aún no se sabe qué derroteros seguirá el mundo del libro y de la información, pero mientras se siga apostando por la transmisión y la práctica de la Bibliografía, bien desde el ámbito docente o el profesional, la "Actividad bibliográfica" seguirá gozando de buena salud y se revitalizará, sin lugar a dudas, ante cada nueva etapa que se avecine.

Biografía

Se formó entre su Daroca natal y Zaragoza, donde asistió al centro que los escolapios regentaban en la ciudad, y terminó sus estudios en la Universidad de Zaragoza. Aunque se licenció en derecho, fue desde 1860 miembro del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, del que llegaría a ser un señalado miembro.[2]

Como bibliotecario trabajó en la Biblioteca Universitaria de Madrid (antecedente de la actual Biblioteca de la Universidad Complutense) y en la Biblioteca Nacional, compaginándolos con la actividad docente como profesor de Paleografía antes de ser nombrado en 1875 catedrático de Bibliografía e Historia Literaria de la Escuela Superior de Diplomática.[1]

Su obra propia está vinculada a la historia de su región natal, el Campo de Daroca. Denunció en 1871 el mal estado de los documentos históricos que se conservaban en Cariñena, recopilándolos y preservándolos en el Archivo Histórico Nacional.[3]​ A raíz de ello publicó su obra más influyente, Documentos Históricos de Daroca y su comunidad, que, entre otras cosas, supuso la primera publicación contemporánea del Fuero de Daroca.

Además, estuvo también activo en su actividad docente y académica como archivero. Publicó varios trabajos sobre la historia de las bibliotecas española y fue director de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos.[4]​ Como tal, fue el portavoz de los denunciantes del mal estado del Archivo General de Simancas en 1877.[5]Eduardo Ibarra lo incluyó como uno de los «eruditos de buena ley».[2]

Se le consideraba de tendencias conservadoras[1]​ y próximo al neocatolicismo.[2]​ Fue miembro de la Unión Católica.[6]

A día de hoy una calle lleva su nombre a las afueras de Daroca.

Obras

Libros

  • Ensayo sobre los poemas provenzales de los siglos XII y XIII (1860).
  • Índice alfabético de autores para facilitar el uso de las bibliotecas antigua y nueva de los escritores aragoneses dada a luz por el Dr. Félix de Latassa y Ortín (1877).
  • El Cancionero de Pedro Marcuello (1899).
  • Documentos históricos de Daroca y su Comunidad (1915).

Separatas

  • Santo Domingo de Silos. La Pintura en tabla procedente de la iglesia parroquial de su advocación en Daroca, y hoy colocada en el Museo Arqueológico Nacional (separata del Museo Español de Antigüedades).
  • Centro de un tríptico de esmaltes con varios pasajes de la vida, pasión y muerte de Jesucristo (separata del Museo Español de Antigüedades).
  • Apuntes acerca de una puerta procedente de Daroca, que se conserva en el Museo Arqueológico Nacional (separata del Museo Español de Antigüedades).

Artículos en revistas (selección)

  • «El Archivo de la Comunidad de Daroca. Noticias del abandono en que se halla su rica documentación e ingreso en el Archivo Histórico Nacional». Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. 1871. 
  • «La Biblioteca Universitaria de Madrid». Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos 5. 1872. 
  • «La Biblioteca de San Isidro antes de ser pública». Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. 1873. 
  • «El Museo Arqueológico Nacional, I y II». Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos 6 (12 y 14). 
  • «Carta con el comento». Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, III: 56-60 y 73-77. 1873. 
  • «La Alhacena de Jerónimo Zurita». Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos: 62-65. 1879. 
  • «La biblioteca del Doctor don Gabriel Sora». Revista de Aragón II (27): 212-213; 219-220. 1879. 
  • «Los esmaltes aragoneses». Revista de Aragón II (8-9): 62-65. 1879. 

Otros

  • Exposición encareciendo la necesidad del traslado del archivo de Simancas (1877).
  • Fuero de Daroca otorgado por Ramón Berenguer IV Conde de Barcelona y Príncipe de Aragón en 1142 (ed) (1898).

Referencias

Esta página se editó por última vez el 27 dic 2023 a las 17:13.
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