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Unión de Aragón

De Wikipedia, la enciclopedia libre

La Unión de Aragón o Unión Aragonesa fue una liga de nobles e infanzones aragoneses para defender sus reivindicaciones comunes de clase contra el rey en las Cortes de Aragón de 1287. Se convertiría en uno de los grandes contrapesos al poder regio en el Reino de Aragón y en una clave para entender el desarrollo institucional del mismo.

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  • La Marca Hispánica y el reino de Aragón - 2º ESO Historia

Transcription

A comienzos del siglo XV los reinos cristianos de la Península Ibérica han conseguido no sólo afianzarse, sino empujar a los musulmanes hacia un territorio cada vez más reducido. Con todo, son conscientes de que la etapa final de la Reconquista abre ante ellos un nuevo panorama, en el cual los musulmanes, ahora reducidos al reino nazarí de Granada, dejan de ser una competencia importante, al tiempo que el enemigo para su expansión serán a partir de este momento los demás reinos cristianos. La situación de la Península en el siglo XV es compleja. A comienzos de la centuria, son varios los reinos que coexisten y rivalizan entre sí. El mayor de todos es Castilla, beneficiado por un largo proceso de reconquista en el que ha ido añadiendo nuevos territorios. Le sigue en importancia el reino de Aragón, que podía contar con cerca de 1.000.000 de habitantes. Entre Castilla y Aragón, el reino de Navarra lucha por mantener su independencia, orientando su política hacia las alianzas con la vecina Francia. El último reino cristiano peninsular es el de Portugal, cuya población rondaría 1.250.000 habitantes. Caso aparte es el reino nazarí de Granada. Presionado por Castilla, a la que debe pagar parias o impuestos, cuenta con cerca de 750.000 habitantes, establecidos fundamentalmente en su capital, la ciudad de Granada. La lucha contra el enemigo musulmán ya no es prioritaria. En cualquier caso, los dos reinos hegemónicos, Castilla y Aragón, acuerdan que la conquista de Granada, cuando haya de producirse, será asunto privativo del primero de ellos. Aparcado el problema musulmán, el objetivo de los monarcas y sus reinos será ahora expandir su poder. Castilla mira al Atlántico como ámbito de expansión, en competencia con Portugal, interesadas ambas en el lucrativo comercio con Oriente. Aragón se expande por el Mediterráneo, una ruta directa hacia los caros productos orientales, favoreciendo la creación de consulados mercantiles y consejos de mercaderes. Las monarquías peninsulares se hallan envueltas en frecuentes disputas dinásticas, que a veces derivan en auténticas guerras civiles, como la que enfrentó en Castilla a los partidarios de Pedro I el Cruel y a los de su hermanastro, Enrique II. Tampoco escapa a las intrigas y a las luchas por el poder el reino de Granada. Los muros de la bellísima Alhambra ven cómo, entre 1238 y 1492, se suceden 26 sultanes, seis de ellos depuestos, otros tantos asesinados y uno proclamado hasta en tres ocasiones. En épocas de paz, cuando los monarcas se sienten seguros en su trono, gustan de rodearse de lujos y riquezas, promoviendo la construcción de suntuosas residencias reales, como el palacio-castillo Real de Olite, uno de los monumentos más emblemáticos y hermosos de Navarra. Para su edificación, el rey llamó a su corte a numerosos maestros y artesanos peninsulares y europeos. Estos aportaron un tipo de arquitectura muy del gusto francés, que se puede ver en los miradores, la proliferación de torres y las chimeneas con tejados de plomo, conformando un conjunto de gran belleza. La expansión económica, fundamentalmente la mercantil, promueve el surgimiento de un nuevo y pujante grupo social, la burguesía, llamado a jugar un papel importante en el futuro. Burgueses, junto con el artesanado urbano y una amplia capa de desfavorecidos, forman el paisaje humano de las ciudades medievales. Éstas siguen un trazado urbano sinuoso e irregular, existiendo a veces zonas despobladas. Las calles son estrechas y tortuosas, siempre ocupadas por una intensa actividad. El desarrollo económico de algunas urbes, especialmente las dedicadas al comercio, hizo que se construyeran nuevas áreas. En éstas, las viviendas podían alcanzar dos o tres plantas. Frente a la ciudad, el campo congrega a la mayor parte de la población medieval, habitando en granjas o pequeñas aldeas. Muchas de éstas pertenecen a la Iglesia, pues los monasterios son los grandes propietarios de tierra del momento y también los responsables de la roturación de muchos territorios baldíos. En sus posesiones trabajan campesinos dependientes, que deben pagar un alquiler por labrar el terreno, trabajando desde la salida del sol hasta su puesta. Sólo las obligadas pausas y fiestas religiosas rompían el ritmo del trabajo constante, necesario para la supervivencia. La economía, fundamentalmente agraria y ganadera, en la que la Mesta castellana vive un proceso de expansión, no es ajena, sin embargo, a las crisis periódicas. Provocadas por las malas cosechas o las guerras, las hambrunas sacuden con especial dureza a los más desfavorecidos, afectados también por sucesivas epidemias de peste, que tiene su punto álgido en el año 1348. El descontento de la población se traduce en revueltas y en la búsqueda de culpables, recayendo la mayoría de las miradas en el grupo judío, uno de los más ricos y dedicados tradicionalmente a la recaudación de los impuestos. Alimentado el antisemitismo por la Corona y la Iglesia, son frecuentes las persecuciones, asaltos a las juderías y asesinatos, alcanzando su punto máximo en el año 1391. El clima de persecución no cesará, y sólo finalizará un siglo más tarde, con el decreto de expulsión de los judíos, firmado por los Reyes Católicos en 1492.

Historia

La ausencia de nuevas perspectivas de tierras peninsulares al ser cedida la Reconquista de Murcia a Castilla por el Tratado de Almizra (1244), a cambio de la exclusividad de la expansión aragonesa por el Mediterráneo, generaron un gran desencanto entre la nobleza aragonesa, que se vio soslayada en sus intereses por la nobleza catalana.[1]​ A lo largo de las cortes de 1265 y 1283, la clase nobiliaria aragonesa presionó por la aprobación de Privilegios Generales cada vez más amplios.

Apurado por los conflictos como la Cruzada contra la Corona de Aragón o la confiscación del Reino de Mallorca, el rey Pedro III de Aragón se continuó pidiendo a las cortes más financiación. Mientras, los nobles desafectos crecían y se planteaba que la incorporación del Reino de Sicilia a la corona había sido decidida sin la aprobación de aquellos que se veían obligados a pagarla. Los nobles crecientemente rechazaban el verse obligados a combatir fuera de las fronteras de su reino.[2]

Tras su muerte en 1285 y su sucesión por el joven Alfonso III de Aragón, los nobles aragoneses se agruparon durante diciembre de 1286. Una unión similar se formó en el reino de Valencia.

Los privilegios de la Unión

Los nobles descontentos protagonizaron una invasión de Valencia, luchando con fuerzas leales al rey hasta que el fraile dominico Valero, organizó una reunión en Zaragoza para el 20 de diciembre de 1287. El rey, debilitado por los acontecimientos, tuvo que ceder en diversas concesiones y garantizar lo que fue llamado privilegios de la Unión. Entre otras cosas, dichos provilegios la designaban "guardián de la ley aragonesa,[3]​ daba muchos privilegios reales a la baja nobleza y debilitaba la autoridad regia.

De forma similar, se reforzaba la figura del Justicia de Aragón, que pasa a ejercer la justicia en el país por encargo regio.[2]​ Se abre camino así a la existencia de un aparato legal profesional y a la especialación de la burocracia estatal, separándose de las atribuciones del Mayordomo del Reino de Aragón. El justicia es sin embargo elegido entre la nobleza y muestra partidismo en la persona de Juan Gil Tarín.[2]

Sin embargo, el gran poder que adquirió la nobleza con tales privilegios no satisfizo a muchos. La autoridad regia debilitada incentivó el caos y el aumento del poder nobiliario la servidumbre. Dante Alighieri colocó al rey Alfonso en su Purgatorio, por fomentar el caos[4]​ y el propio rey admitió que con el privilegio "en Aragón había tantos reyes como ricoshombres."[5]​ El poder de la unión creció ya que los privilegios impedían al rey actuar contra noble alguno sin autorización del justicia y las cortes y autorizaba la rebelión de incumplirse el privilegio. Para 1288, la Unión nombraba los consejeros regios.

La Guerra de la Unión

En 1301, el Justicia de Aragón, principal valedor de la ley foral aragonesa dictaminó contra los privilegios y aprueba legalmente la condena de aquellos nobles que se rebelen.[2]Jaime II de Aragón intentó disminuir el poder de los nobles. Sin embargo, la situación se agudizó en el comienzo del reinado de Pedro IV de Aragón. En 1347 se enfrentó abiertamente a la Unión, a la que derrotó militarmente en la batalla de Épila (1348) acabando con su poder y sus privilegios. De forma simbólica, el rey rasgó y quemó los privilegios en el refectorio del convento que los dominicos tenían en Zaragoza.[2]

Legado

La lucha de la Unión fue sin embargo central al desarrollo institucional del reino. A pesar de su victoria militar, el rey Pedro IV intentó mantener un formalismo legal que equilibrara los distintos intereses. El historial de poder real limitado por figuras forales y la necesidad de mantener un compromiso con ciudades y nobles derrotados generó la revitalización de figuras como el Justicia de Aragón y el Baile General de Aragón. Esta figura influirá fuertemente en el desarrollo del modelo conocido como Fueros de Sobrarbe.[1]

Referencias

  1. a b «Libertades». Gran Enciclopedia Aragonesa. 
  2. a b c d e González Antón, Luis. Caja de Ahorros de la Inmaculada. ISBN 84-95306-55-7.  Falta el |título= (ayuda)
  3. Wintle, Justin. The Rough Guide History of Spain. Penguin Group, 2003. p. 190.
  4. Alighieri, Dante. Purgatorio, Canto VII, l. 115ff.
  5. Chaytor, H. J. A History of Aragon and Catalonia. 1933. p 120.

Bibliografía

Esta página se editó por última vez el 23 ene 2024 a las 14:52.
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