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Caballucos del Diablu

De Wikipedia, la enciclopedia libre

Los Caballucos del Diablu son seres mitológicos de Cantabria que aparecen en la noche de San Juan volando entre llamas, humo y emanaciones de azufre y atronando en el silencio de la noche con bramidos infernales producto de la furia liberada tras todo un año de continencia.[1]

Leyenda

Cuenta la leyenda que son siete y parecen libélulas gigantes, pues tienen largas y transparentes alas, y vuelan por los cielos nocturnos cántabros. Sus colores son rojo, blanco, azul, negro, amarillo, verde y anaranjado.[1]​ Vuelan siempre juntos y el primero de ellos es el caballo rojo el más grande y robusto, percherón, el jefe que lidera y dirige a los demás en su búsqueda. Quienes han visto a los caballucos dicen que el mismísimo diablu monta uno, y que el resto son cabalgados por demonios.

Libélula del orden Zygoptera a la que se identifica con los Caballucos del Diablu.

Son nefastos para los montañeses, pues se dedican a pisotear o quemar las mieses. Los caballucos se desplazan por las sendas dejando las huellas de sus cascos y los cantos y lastras que alcanzan sus pezuñas quedan marcadas como si de tierra recién labrada se tratase.[1]​ Su resoplido es tan fuerte y frío como el cierzo de invierno que hace caer las hojas de los árboles. Sus ojos relumbran como brasas incandescentes.

Según el mito, estos caballos del infierno fueron hombres pecadores que perdieron su alma y se vieron obligados a vagar por Cantabria el resto de la eternidad. El caballo rojo fue un hombre que prestaba dinero a los campesinos y luego mediante sucias tretas embargaba sus propiedades; el blanco era un molinero que robaba muchas maquilas del molino de su señor; el negro era un ermitaño que engañaba a las gentes; el amarillo un juez corrupto; el azul un tabernero; el verde un terrateniente que deshonró a muchas jóvenes y el naranja un hijo que por odio maltrataba a sus padres.[1]

Es tradición en Cantabria, en la mañana de San Juan, echarse al monte a buscar las flores del agua que nacen en las fuentes y los tréboles de cuatro hojas brotados esa misma noche. Pero resulta muy difícil, ya que durante la noche los caballucos del diablu se han dedicado, pues su misión y maldad les obliga, a destruir las flores del agua y tréboles que han encontrado para evitar que los mozos y las mozas los encuentren. Si aun con todo algún afortunado encuentra la flor del agua, encontrará con ella el amor y la felicidad, mientras que quién en tal ocasión encuentre uno de estos raros tréboles, será afortunado con las cuatro gracias de la vida, una por cada hoja:[1]

Yerbuca de San Juan.
  • Vivir cien años.
  • No sufrir dolores en el resto de la vida.
  • No pasar hambre.
  • Aguantar con ánimo sereno toda desazón.

Las hogueras de San Juan en Cantabria perpetúan la tradición propiciatoria y purificadora. Pero el vuelo de los caballucos al resplandor de las hogueras es señal de grandes desgracias. Ni tan siquiera las bendecidas Anjanas tienen poder ante su galope y el único modo de estar a salvo es hacer siete cruces en el aire antes de que se acerquen, pero al ser tan veloces y ante la previsión de que no funcione la gente recurre a otro procedimiento útil, el llevar encima una rama de verbena o hierba de San Juan la hierba sagrada que espanta todo mal y que debe haberse cogido la madrugada de la noche de San Juan del año anterior.

Cuando tras una noche de tropelías sin interrupción volando y trotando por mieses, camberas y pueblos, el amanecer los sorprende sudorosos y agotados, los caballucos del diablu desaparecen hasta el año siguiente atravesando cuevas cubiertas de cuajarones de sangre. Mientras se retiran resollando y piafando caen de sus fauces unas babas, que al enfriarse en el suelo, se convierten en barras de oro. En Cantabria, todo el mundo sabe que quien las recoge tendrá riquezas a raudales, pero tras morir su alma irá al infierno irremisiblemente.[1]​ Aun así muchos ambiciosos no hacen caso a tal admonición y antes de amanecer andan con faroles buscándolas por entre las hierbas de los prados. Cuando retornan de su afanosa búsqueda, se tienen que esconder entre árboles para no ser vistos por los mozos y mozas que recorren los prados brincando y cantando:

"A quín coja la yerbuca
la mañana de San Juan,
no li dañarán culebras
ni caballucos del mal."

Referencias

  1. a b c d e f Llano Merino, Manuel (1982). Mitos y leyendas de Cantabria (en cántabro y español) (1ª edición). Santander: Ed. Lázaro Sáinz. pp. 138-140. ISBN 84-300-6497-4. 
Esta página se editó por última vez el 25 ene 2024 a las 15:16.
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