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Caricatura en El Motín representando a Cánovas del Castillo y a Sagasta columpiándose en un tronco apoyado en las espaldas de una alegoría de España. El pie de imagen dice: "Sube el uno, baja el otro, y España siempre en el potro".

El turnismo, turno pacífico o simplemente turno es un sistema de alternancia bipartidista que fue uno de los elementos fundamentales del sistema político de la Restauración en España. Consistió en la alternancia en el gobierno de los dos partidos dinásticos (conservador y liberal) basada en el sistemático fraude electoral que hacía que el gobierno que convocaba las elecciones siempre las ganaba.[1]

Esta práctica artificial impulsada por Cánovas y Sagasta, y que tomaba como modelo el sistema británico, acabó con el limitado pluralismo político existente.[2]

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  • Historia de España 10: Restauración y Fin de la Monarquía
  • Reinado de Alfonso XII: el sistema canovista
  • La Segunda Guerra Mundial (tertulia de Lágrimas en la lluvia - 77)

Transcription

El 29 de diciembre de 1874, en las cercanías de Sagunto (Valencia), el general Martínez Campos, ante una brigada del Ejército, proclamó rey de España al príncipe Alfonso de Borbón. Al éxito del golpe contribuyó la aceptación pasiva por parte de la gran mayoría del Ejército y el escaso apoyo civil que encontró el gobierno presidido por Sagasta. La restauración de los Borbones en el trono de España iniciaba una nueva época, etapa que, aun con más luces que sombras, constituye el sistema más estable y duradero de la historia contemporánea de España. Alfonso XII gobierna entre 1874 y 1885; entre esta fecha y 1902, le sigue la regencia de María Cristina de Austria. Alfonso XIII, hijo de ambos, reinará entre 1902 y 1931, cuando finaliza el periodo con la proclamación de la II República. La Restauración tuvo a su principal figura en Cánovas del Castillo. Excelente orador, su objetivo fue crear un gobierno parlamentario estable en España. Su ideal era el sistema bipartidista inglés, por lo que, en adelante, los conservadores de Cánovas y los liberales de Sagasta se turnarán en el poder. De esta forma, una mayoría gobernará tanto tiempo como le sea posible, cediendo después el puesto a su rival. El sistema liberal propio de la Restauración hubo de enfrentarse a graves enemigos, tanto internos como externos. Entre los primeros, su propia dinámica de pactos falseaba la utilidad de las elecciones, pues el voto estaba controlado por los caciques, con lo que el sistema parlamentario era pura fachada. El cada vez más corrupto y desacreditado sistema engendró antipatía entre las masas de la gente. La respuesta fue la orientación masiva hacia movimientos políticos radicales, como el separatismo, el socialismo o el anarquismo. Especialmente reivindicativo fue el movimiento proletario. Las duras jornadas de trabajo de campesinos y obreros, con jornadas de hasta 14 horas y salarios de miseria, favorecen el surgimiento del movimiento obrero español. La agitación social alcanzó su punto culminante en 1919. Las huelgas se sucedieron, siendo cada vez más radicales y violentas. Frente a esta violencia, la patronal reaccionó creando su propio pistolerismo. El resultado fue catastrófico, radicalizando aun más el conflicto. Uno de los problemas de mayor impacto en la conciencia de la época es la pérdida de los últimos reductos coloniales: Cuba, Filipinas, Puerto Rico y Carolinas. Especialmente dolorosa es la sublevación de la primera, la "perla del Caribe". Iniciada en 1895, con líderes como José Martí, las tropas al mando de Martínez Campos, primero, y de Weyler, después, apenas pueden contener la rebelión. El estallido del crucero americano Maine, en 1898, fue el pretexto alegado para que los Estados Unidos declararan la guerra a España e intervinieran en Cuba. Muy poco después, la isla ganaba su independencia. Un problema no menor al de Cuba será el de la guerra de Marruecos, ya durante el reinado de Alfonso XIII. La contienda, de carácter colonial, es una auténtica sangría de vidas humanas, pues se lucha en un medio desconocido y hostil. La negativa al embarque de tropas en Barcelona provocará una violenta sublevación popular en 1909, conocida como Semana Trágica. Pese a tanta agitación, en general la población española experimenta un aumento en su calidad de vida. Con la industrialización y el desarrollo tecnológico, las ciudades se hicieron más habitables. La iluminación eléctrica hizo las calles y plazas más seguras. También permitió a las clases medias y populares urbanas prolongar su tiempo de ocio, realizando fiestas o, simplemente, gozando de amplios y modernos paseos. En general, la sociedad urbana albergaba el sentimiento de estar participando de una era de progreso y expansión. Frecuentemente se celebraban grandes exposiciones, en las que se mostraban los últimos adelantos en las materias más diversas. Y también era habitual la creación de museos, con los que se trataba de instruir al público en los más variados saberes. Pero el sistema político se resquebraja. El clima de violencia, el desastre del 98 o la guerra de Marruecos contribuyen a desacreditar a una clase política cada vez peor valorada. El ambiente general es de pesimismo y ansia de renovación. Intelectuales como Unamuno o Costa se interrogan sobre la crisis de conciencia nacional. La inquietud social, la postración económica -pese a los beneficios de la neutralidad española durante la I Guerra Mundial- y los separatismos acabaron por minar el sistema de la Restauración, que da ya sus últimas bocanadas. Éste es el contexto en el que se produjo el golpe de Estado de Primo de Rivera, en 1923, con el beneplácito de Alfonso XIII y el de buena parte de la población. El importante apoyo inicial se va diluyendo a medida que el monarca y la Dictadura pierden partidarios: pronto, en 1931, llegará el momento del triunfo para la oposición republicana.

Historia

Como en el régimen político de la Restauración la formación de gobierno no dependía del triunfo en las elecciones, sino de la decisión de la Corona en función de una crisis política o del desgaste en el poder del partido gobernante, con sólo dos grandes partidos que se «turnaran» en el gobierno era suficiente para que el sistema funcionara: uno que representara un liberalismo más conservador, que constituiría «la derecha» del sistema; otro más progresista, que constituiría su «izquierda».[3]

Estos partidos fueron el Partido Liberal-Conservador, encabezado por Antonio Cánovas del Castillo, el artífice del sistema, y el Partido Liberal-Fusionista, liderado por Práxedes Mateo Sagasta.[3]​ Entre ambos intentaron recoger todas las tendencias políticas que existieran en la sociedad, quedando «autoexcluidas» las que no aceptaran la forma de Estado de la monarquía constitucional (carlistas y republicanos) y las que además rechazaran los principios de libertad y propiedad en que se fundamentaba la «sociedad burguesa» (socialistas y anarquistas).[4]

Caricatura que celebra el abandono del poder del Partido Conservador, con Cánovas al frente seguido de sus ministros (los pájaros de la noche). El pie de imagen dice: «Apenas se dibuja en el horizonte el sol de la libertad, los pájaros de la noche huyen despavoridos». Revista satírica El Buñuelo, 17 de febrero de 1881.

La primera alternancia, gracias a la «regia prerrogativa», se produjo en febrero de 1881, cuando el Partido Liberal-Fusionista de Sagasta accedió al poder, tras seis años de gobiernos conservadores, presididos la mayor parte del tiempo por Cánovas.[5]​ Pero esta primera alternancia no fue el resultado del pacto entre Cánovas y Sagasta, como sucedería tras el llamado «Pacto de El Pardo» de noviembre de 1885, sino que, como ha destacado Carlos Dardé ―en lo que coinciden otros historiadores―, «fue una decisión personal de Alfonso XII, que tomó sin llevar a cabo consultas y, por lo que cabe presumir, en contra del parecer de Cánovas».[6][7][8][9]​ Como ha destacado José Ramón Milán García, «la llegada de los fusionistas al gobierno en febrero de 1881 fue sin duda uno de los hitos fundamentales del reinado [de Alfonso XII] cuya relevancia no escapó a sus protagonistas, conscientes de que la iniciativa del monarca abría las puertas a la superación de la enquistada confrontación entre el liberalismo de izquierdas y la dinastía borbónica, y por ende de las luchas cainitas sostenidas durante décadas entre las diversas familias del liberalismo hispano».[10]

Como ha señalado Carlos Dardé, «lo que quedó claro en febrero de 1881 era que el último intérprete del estado de las cosas, y quien tenía el poder de decisión ―por encima de las mayorías parlamentarias y del presidente del gobierno― era el monarca».[11]​ Por eso, como ha indicado Ángeles Lario, «esta crisis fue definitiva para que Cánovas viera con claridad que se necesitaban unas normas que respetar por ambos partidos para no caer de nuevo en el peligro de los caprichos regios. […] Lo primero que vio claro fue la necesidad de controlar la prerrogativa regia, de normativizarla y darle criterios fijos, lejos del criterio personal; conseguir un equilibrio entre el poder regio y el parlamentario, para lo que iban a ser árbitros precisamente los jefes de los partidos. […] El rey tendría que atenerse a la opinión pública representada por los grandes partidos. Esto tuvo ocasión de materializarse en la difícil coyuntura de la prematura muerte del rey en 1885».[12]

Caricatura de Sagasta y Cánovas, en la que se hace alusión expresa al Pacto de El Pardo, en la revista satírica española Don Quijote, 1894.

En efecto, en noviembre de 1885, ante la perspectiva de la regencia de la joven e inexperta esposa del rey María Cristina de Habsburgo, que estaba embarazada (su hijo, un varón, nacería en mayo de 1886),[13]​ Cánovas, que entonces presidía el gobierno, decidió dimitir y aconsejar a la regente que llamara al poder a Sagasta. Cánovas comunicó su decisión al líder liberal y este aceptó en una reunión que mantuvieron en la presidencia del Gobierno por mediación del general Martínez Campos y que sería conocida equivocadamente como el «Pacto de El Pardo».[14][15]​ «Un acuerdo por el cual los dos Partidos decidieron turnarse en el poder automáticamente en los años siguientes».[16]​ Se rompía de esta manera con la práctica del reinado de Isabel II, que estaba basada en el monopolio del gobierno de los moderados, por lo que los progresistas solo tenían la vía del pronunciamiento para alcanzar el poder.

Ángeles Lario ha destacado que el acuerdo político a que se llegó con motivo de la muerte del rey «convirtió a los dos grandes partidos en los verdaderos directores de la vida política, controlando consensuadamente hacia arriba la prerrogativa regia y hacia abajo la construcción de las necesarias mayorías parlamentarias [mediante el fraude electoral]; definiendo así la vida de este importante periodo de nuestro liberalismo y siendo origen a su vez de sus más graves limitaciones».[17]​ Un «sistema liberal sin democracia».

Caricatura de Segismundo Moret (líder liberal) y de Antonio Maura (líder conservador), titulada «Novedades teatrales: "los gemelos"» (revista Gedeón, 1909). Critica la falta de pluralismo político como consecuencia del «turno», ya que los dos partidos gemelos defienden lo mismo.

El sistema del «turno» seguía estos pasos:

  • El rey llamaba a gobernar a uno de los dos grandes partidos del sistema: si gobernaba el Partido Liberal, llamaba al Partido Conservador y viceversa. Es decir, el primer paso era contar con el apoyo de la Corona.
  • Como el régimen de la Restauración era un sistema parlamentario, se hacía preciso que el nuevo gobierno contara con el respaldo de las Cortes. Para ello, el rey disolvía las Cortes y se convocaban nuevas elecciones, que se manipulaban para que obtuviera mayoría el partido accedido al gobierno. Así, los cambios de gobierno se producían antes de las elecciones y ningún gobierno las perdió.

La consolidación del turnismo tuvo lugar en la etapa de la regencia de María Cristina de Habsburgo (1885-1902) y de esa forma se aseguró la monarquía ante la doble amenaza carlista y republicana.

La secuencia de ocupación del poder entre el Partido Conservador y el Partido Liberal muestra a la perfección cómo se llevó a cabo esta práctica:

Elecciones Resultados (escaños) Partido que convoca y gana las elecciones
(Presidente del Gobierno)
Monarca
Gobierno Oposición
20 de abril de 1879 293 escaños 99 escaños Partido Liberal-Conservador
(Arsenio Martínez-Campos)
Alfonso XII
392 diputados en España más 15 de Puerto Rico y 24 de Cuba.
21 de agosto de 1881 297 escaños 95 escaños Partido Liberal Fusionista
(Práxedes Mateo Sagasta)
392 diputados en España más 15 de Puerto Rico y 24 de Cuba.
27 de abril de 1884 318 escaños 73 escaños Partido Liberal-Conservador
(Antonio Cánovas del Castillo)
393 diputados en España más 15 de Puerto Rico y 24 de Cuba.
4 de abril de 1886 278 escaños 117 escaños Partido Liberal
(Práxedes Mateo Sagasta)
Alfonso XIII
(Regencia)
395 diputados en España más 15 de Puerto Rico y 24 de Cuba.
1 de febrero de 1891 262 escaños 139 escaños Partido Liberal-Conservador
(Antonio Cánovas del Castillo)
401 diputados en España más 15 de Puerto Rico y 30 de Cuba.
5 de marzo de 1893 281 escaños 120 escaños Partido Liberal
(Práxedes Mateo Sagasta)
401 diputados en España más 16 de Puerto Rico y 30 de Cuba.
12 de abril de 1896 284 escaños 117 escaños Partido Liberal-Conservador
(Antonio Cánovas del Castillo)
401 diputados en España más 16 de Puerto Rico y 30 de Cuba.
27 de marzo de 1898 272 escaños 129 escaños Partido Liberal
(Práxedes Mateo Sagasta)
401 diputados en España más 16 de Puerto Rico y 30 de Cuba.
16 de abril de 1899 243 escaños 159 escaños Partido Liberal-Conservador
(Francisco Silvela)
402 diputados en España peninsular e insular.
19 de mayo de 1901 260 escaños 142 escaños Partido Liberal
(Práxedes Mateo Sagasta)
402 diputados en España.
30 de abril de 1903 232 escaños 171 escaños Partido Liberal-Conservador
(Francisco Silvela)
Alfonso XIII
403 diputados en España peninsular e insular.
10 de septiembre de 1905 228 escaños 176 escaños Partido Liberal
(Eugenio Montero Ríos)
404 diputados en España peninsular e insular.
21 de abril de 1907 250 escaños 154 escaños Partido Liberal-Conservador
(Antonio Maura)
404 diputados en España peninsular e insular.
8 de mayo de 1910 215 escaños 189 escaños Partido Liberal
(José Canalejas)
404 diputados en España peninsular e insular.
8 de mayo de 1914 221 escaños 187 escaños Partido Liberal-Conservador
(Eduardo Dato)
408 diputados en España peninsular e insular.
9 de abril de 1916 233 escaños 176 escaños Partido Liberal
(Conde de Romanones)
409 diputados en España peninsular e insular.
24 de febrero de 1918 349 escaños 59 escaños Partido Liberal (Gobierno de concentración)
(Manuel García Prieto)
409 diputados en España peninsular e insular.
1 de junio de 1919 198 escaños 211 escaños Partido Liberal-Conservador
(Antonio Maura)
409 diputados en España peninsular e insular.
19 de diciembre de 1920 224 escaños 185 escaños Partido Liberal-Conservador
(Eduardo Dato)
409 diputados en España peninsular e insular.
29 de abril de 1923 222 escaños 187 escaños Partido Liberal
(Miguel García Prieto)
409 diputados en España peninsular e insular.

Véase también

Referencias

  1. Romero Salvador, 2021, p. 27; 30-31.
  2. Fernández Sarasola, 2006, p. 82.
  3. a b Dardé, 1996, p. 17.
  4. Villares, 2009, p. 58-59.
  5. Varela Ortega, 2001, p. 176.
  6. Dardé, 2021, pp. 174; 179. «Los “obstáculos tradicionales” que, en frase de Salustiano Olózaga, se oponían a que gobernaran los progresistas, habían desaparecido».
  7. Milán García, 2003, p. 103. «Don Alfonso supo apreciar el indudable cambio experimentado por una oposición liberal que, aunque mantenía aún pulsiones revolucionarias heredadas del viejo progresismo, se había mostrado capaz de admitir entre sus filas a elementos de fidelidad dinástica probada y había arriado algunos de sus leit motivs históricos [como la soberanía nacional], por lo que a principios de 1881 envió mensajes claros a Cánovas de que debía dejar el paso franco a los liberales, lo que forzó la consiguiente crisis de gobierno que terminó con el encargo a Sagasta de formar un nuevo gabinete. […] Culminaba así el complicado aprendizaje de paciencia, lealtad y moderación que los constitucionales se habían visto precisados a realizar en este período y llegaba el momento de empezar a disfrutar sus réditos».
  8. Varela Ortega, 2001, p. 178. «Se hace difícil no subrayar la importancia de lo ocurrido: era el fin del exclusivismo. Aunque tampoco debe olvidarse una de las características del proceso. El Partido Liberal había subido al gobierno de forma que no se ajustaba al principio de soberanía nacional, hasta entonces defendido por los partidos de tradición Progresista. Fue el "Rey, motu propio (sic)", no los votos, quien le llevó al poder».
  9. Suárez Cortina, 2006, p. 108; 113. «La llamada al poder en febrero de 1881 abrió una nueva fase en la Restauración, rompiendo con los planteamientos restrictivos que habían dominado el quinquenio canovista. […] En su momento, para las clases conservadoras Sagasta y los suyos no eran otra cosa que aquel sector que había hecho la revolución, que mantenía contactos con la barricada y que permanentemente señalaba su lealtad a los ideales liberales antes que a la Corona»
  10. Milán García, 2003, p. 104.
  11. Dardé, 2021, pp. 178.
  12. Lario, 2003, p. 32-34.
  13. Suárez Cortina, 2006, p. 121-122.
  14. Dardé, 1996, p. 76.
  15. Jover, 1981, p. 338.
  16. Varela Ortega, 2001, p. 235-236.
  17. Lario, 2003, p. 38.

Bibliografía

Enlaces externos

Esta página se editó por última vez el 25 may 2024 a las 18:20.
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